El porno tío, que te deja la cabeza hecha pedazos – El niño detrás de las barbas

El porno tío, que te deja la cabeza hecha pedazos, con esta frase tan simple como ilustrativa comenzamos a hablar un amigo y yo sobre la pornografía, la imagen desnaturalizada que nos transmite y sobre la influencia que esta genera sobre nuestra conducta sexual. La pornografía es hoy en día un elemento de consumo más entre los tantos que inundan nuestras calles que ha encontrado en Internet el soporte perfecto para su difusión; un producto que satisface una necesidad específica en una sociedad cada vez más aislada y encerrada en sí misma, en la que la falta de cariño y la soledad han pasado a ser uno de sus grandes males. A pesar de ser uno de los productos más consumidos a nivel mundial, especialmente entre el público masculino, la pornografía y la sexualidad en general siguen siendo todavía un tema tabú. No quiero entrar en un debate sobre si la pornografía es moral o no, estoy convencido de que otros trabajarán estas cuestiones con mucha mayor brillantez que yo, me interesa más bien abordar la pornografía en cuanto a educadora sexual de toda una generación que crece impregnada por lo que ve en páginas webs tales como RedTube, PornoHub o Xvideos.

A priori la educación sexual debería ser un punto importante del temario dentro de cualquier colegio. Por mucho que algunos quieran negarlo el sexo es algo inherente al ser humano, ocupa buena parte de nuestros pensamientos y preocupaciones, afirmación aún más cierta si hablamos de adolescentes en plena efervescencia hormonal. Sin embargo nuestro sistema educativo, centrado casi exclusivamente en memorizar una ingente cantidad de datos sin apenas ningún espíritu crítico, deja muy pocos espacios para tratar aquellos temas que pueden parecer intangibles pero que atañen directamente a la psicología humana y a los valores sociales. La sexualidad no es una excepción, en lo que se refiere a mi experiencia personal se le dedicó una sola hora a lo largo de mis cuatro años de secundaria, no sé a vosotros pero a mí no me parece suficiente. La clase se centró además en aquellos aspectos directamente relacionados con lo sanitario, los peligros del contagio de enfermedades sexuales, métodos anticonceptivos…comprendo que sean prioritarios pero dejan de lado otras muchísimas cuestiones más directamente relacionadas con la dimensión psicológica y social del sexo como la masturbación, la importancia del consentimiento a la hora de mantener relaciones, la insatisfacción sexual y un largo etcétera. En definitiva, si nos ceñimos al ámbito escolar la formación sexual de nuestros jóvenes queda completamente coja.

Por suerte para mí las deficiencias de nuestro sistema educativo se vieron en buena parte compensadas por la educación sexual recibida en casa. No obstante, para un adolescente estos asuntos son difíciles de tratar en el seno de la familia, nunca acabará de sentirse completamente cómodo y es fácil que haya temas y dudas que se guarde para sí. Seamos sinceros, a nadie le apetece hablar de masturbación con sus progenitores y menos con 15 años. Precisamente por ello es conveniente la intervención de un tercero con el cual el adolescente pueda expresarse sin autocensurarse y comentar todas las posibles dudas que le puedan surgir. Podemos encontrarnos además con el agravante de que no en todas las familias se pueden abordar abiertamente y con normalidad todas estas cuestiones, pensemos en familias conservadoras o religiosas en las que el sexo sigue siendo un tema tabú. En estos casos las posibilidades formativas de ese joven se restringen aún más.

Por tanto, si la escuela no cumple su función como educadora sexual y la familia no siempre puede suplir dicho papel ¿qué le queda al adolescente como principal fuente de información? La respuesta es la pornográfica, solo en ella encuentra un primer acercamiento al acto sexual, con el tremendo problema que ello conlleva. Y es que la industria pornográfica escenifica en nuestras pantallas una sexualidad completamente distorsionada de la que los adultos podemos ser conscientes, aunque podríamos matizar y mucho esta última afirmación, pero no tanto así los jóvenes que pueden confundirla con la realidad. La pornografía no deja de ser una representación casi teatral del en la cual se ponen en escena una serie de prácticas pensadas exclusivamente para la cámara y que rara vez se realizan en la vida real, o al menos no de la misma forma. Una función en la que los actores adoptan roles de dominio y sumisión, siendo lo más habitual la sumisión de la mujer hacia el hombre aunque también los hay en el sentido contrario, roles que no tienen sentido en una sexualidad sana en la que ambas partes deben jugar su papel de una forma equilibrada. Muchas escenas incluyen sus buenas dosis de violencia con mujeres siendo tratadas como auténticos sacos de patatas, eso si no te sorprenden con representaciones de sexo consumado sin el consentimiento pleno de la mujer o incluso representando auténticas violaciones, aquí “no es no” se lo saltan a la torera. Este último punto me parece especialmente grave ya toda relación sexual debe ser siempre consentida. Hasta donde quiera llegar cada uno en su práctica es ya cosa individual, pero siempre bajo unos términos aceptados y reconocidos por el otro o los otros participantes. El presentar la violación como algo normal resulta tremendamente nocivo y más en adolescentes, no en vano la mayoría de las violaciones reales se producen a manos de la propia pareja.

No nos engañemos, esa distorsión impregna después a los jóvenes en mayor o menor medida y puede degenerar en graves problemas de satisfacción personal. La pornografía presenta una imagen del sexo que genera en los adolescentes unas expectativas imposibles de satisfacer por tratarse de jóvenes sin experiencia, lo que puede derivar en frustración e inseguridad. El porno nos habla de jornadas de sexo maratonianas mientras que los adolescentes tendrán suerte si no se corren tras los primeros minutos de penetración, tampoco verán nunca en una escena que al actor le dé un gatillazo y sin embargo es algo que sucede a muchos en algún momento u otro. Por el contrario es muy probable que las adolescentes tengan problemas para alcanzar el orgasmo durante sus primeras relaciones. No pasa nada si no pasa si se tiene alguna otra referencia con la que contrastar y normalizar esas situaciones, pero si no es así rápidamente pueden derivar en inseguridades y problemas de autoestima. Otro de los problemas que derivan de la pornografía es la desconexión entre el acto sexual y la sentimentalidad, algo muy importante en estas edades en las que a fin de cuentas se está formando la personalidad del individuo. Si bien el sexo en sí mismo puede ser un valor no hay que olvidar que se practica con personas con sus propios gustos y miedos, uno debe adaptarse en función de la persona con la que está y no buscar el mero placer individual, el sexo es como mínimo un acto de dos.

Por tanto, si el porno es en buena medida un modelo de referencia ¿debemos exigirle que cambie? Si bien es cierto que ya han surgido algunos vídeos de carácter educativo en términos generales la pornografía va a seguir reproduciendo los modelos comentados puesto que ante todo es una industria cuyo principal fin es el beneficio económico. Debe ser desde el ámbito educativo que se proporcione a los jóvenes puntos de vista alternativos que les hablen no solo de los peligros de la sexualidad (probablemente el tema más y mejor abordado) y de la importancia de los métodos anticonceptivos, sino de la experiencia en sí misma. Sería interesante también buscar o generar espacios en los que formar a los padres e indicarles pautas que faciliten una relación de confianza entre joven y adulto. Por concluir es importante que los adolescentes puedan consultar con adultos sus inseguridades, los posibles problemas a los que puedan enfrentarse y en definitiva abrir vías de comunicación e información alternativas a la pornografía que actúen como contrapunto a lo que no deja de ser una visión desnaturalizada del sexo.

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