Konsumo – Zule

Al final,
después de todos los cachivaches entretenidos
tras todas las ganancias,
ricas en consumo temporal,
y con todos nuestros sueños codificados en artefactos de fantasía
cuando se disuelve la imaginación
y la posibilidad se concreta en un precio
que al final siempre sale a deber,
porque lo gasta todo
al final;
cuando los esclavos se encadenan con lacitos de visa
y los reos se encarcelan con grilletes de amor al dios muerto del konsumo,
entonces,
solo entonces,
el homo economicus se olvida como humano
y en la angustia de perderse
se recuerda como digno de luchar contra el dios prescrito.
No es que no pueda lucharse,
es que no se sabe cómo.
Porque ¿como vencer a la mano que da la comida?
¿Dónde obtendré alimento,
de dónde beberé mi agua,
cuando el camión-suministro ya no vuelva nunca jamás de los jamases
porque al fin habremos amputado del todo sus ruedas torticeras,
pero aún no sepamos buscarnos vida solxs?
Eso da miedo:
la impotencia aterrada
de saberse dependiente y sentirse esclavizado,
siendo sapiens que no sabe hacer fuego
ni percutir las piedras en busca de un hacha.
Así,
de shock aterrado,
me dejo caer en la cómoda espiral de las vacanales consumistas,
que convierten cualquier cosa en mercancía,
sin importar el latido que anime su esencia.
Me prostituyen como el dementor prostituye la alegría,
gastándome como la llama de la vela hace con su columna.
De tal modo,
para no sentirme desaparecer del todo,
necesito mi orgasmo de cosas hormigueantes aun sabiendo que el cosquilleo está
subyugado a la losa del mercader.
Y en Venecia, Londres, Hong Kong y Buenos Aires,
el bazar es uno y el mismo,
todo.
El pegajoso mercado de la marabunta humana,

aquel en que el regateo siempre deja a los de siempre en calzoncillos por un módico precio,
es el paraíso de quienes aún creen en la libertad.
Solo dónde todo tiene un precio,
la mierda de mi culo es tan apreciable como la de Bill Gates o la de la Vaca que ríe,
aunque no por ello sea igual de valorable,
y ni siquiera próximamente despreciable.
Hay un vaso de orina en la nevera:
bébetelo que es de buena marca.

Ante la locura del mercado,
ante la digitalización de una vida que ya no tiene raíces,
sino cables multipin de fibra óptica;
ante la pérdida del pan como carne y el hueso como cimiento,
el consumidor engañado quiere su parte del pastel:
su dignidad
(monetaria).
Pero no hay dignidad en quien se vende,
y ese es el juego del capitalismo,
donde la oferta y la demanda son iguales en todo menos en su estatus;
dónde quién ofrece en la esquina del malecón
el reloj roto,
falso y deslucido
es más digno que quien pide
un tomate tomate en el huerto de la abuela,
después de mucho haber regado y cavado las zanjas.
Las técnicas de resistencia de la dignidad
son quemarse a lo bonzo con un estómago de hambre,
vacío por la excitación ininterrumpida:
ascetismo y privación como estrategia contra la ostentación abusiva y depravada.
Y así luchan los caballeros pobres contra las maquinarias reales de la muerte bursátil,
contra el dragón del cajero y el don del supertroll,
contra el duende publicitario que conjunra la teletienda.

Así,
la resistencia de vivir fuera del aro
se convierte en una metralleta de solidaridad y servicios gratuitos,
un banco de tiempo recorriendo las sierras guerrilleras del escape del mercado,
allá en los callejones okupados y los jardines sin más sombra que la de los árboles
silvestres.
Allí la gente ha vuelto a cuidarse,
o sí hay cierta evolución,
debería hacerlo.
Viviendo en la amistad,
como Epicuro,
escapo de la necesidad de beber, comer, comprar y gastar.
Ya solo vivo, y lo hago junto a otrxs..
Nos consumimos juntos,
porque siempre consumimos, y así quizás ya nunca consumamos.
Por eso
creemos en el boicot
porque es la única propaganda por el hecho
qué puede traernos un halo esperanza.
No porque creamos que con estas vías de alambre oxidado nada pueda cambiar nada.
Aliviamos la sed en el zumo nigromante de la muerte.
Y aunque el cóctel molotov nunca sabe pinchar el culo del enemigo con el mismo ardor que las hemorroides producen a los mendigos sin consumar,
aunque el no comprar no parece hacer nada, y el cómodo abrazo de los pechos capitales
nos entete en la lactancia del bebé y de la niñera,
con el café recién hecho en algún sitio que no es mi huerto,
me atrevo a denunciar la explotación,
brindando por negarme a tomar sus sucedáneos
y a decir que ya no,
qué ya basta,
que por esta no paso,
que este producto está corrupto de gusanos y gangrena
y que su cáncer enmohece nuestra dignidad,
única.
Y aunque de raíz soy indigno,
y los gusanos son vida,
y esta vida es muerte;
aunque nada cambie
y el boicot solo sea un salto de fe;
me tiro al vacío sin paracaídas
y reniego a comprar tu marca,
cualquier marca,
sus marcas,
por el hecho de ser marcas,
esas que a ti dan dinero,
mi amo enemigo.
Porque tú no me crees digno y me robas la dignidad,
mientras yo prefiero gastar mi vida,
que es tiempo de trabajo
convertido en un dinero que luego revuelvo en goce,
con mi gente,
con los míos,
sin ti:
renuncio a ti y hago de tu eslogan algo proscrito.
No por ser mejor, ni por ser feliz,
sino porque es la única regla de este juego comprado,
qué a veces no me sale del todo a deber.

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